lunes, 23 de diciembre de 2024 20:19 www.gentedigital.es
Gente blogs

Gente Blogs

Blog de Javier Memba

El insolidario

El verano de Villa Diodati

Archivado en: Cuaderno de lecturas, Frankenstein, el verano de Villa Diodati.

imagen

            Ayer se cumplieron doscientos años del comienzo del viaje de Lod Byron y su médico, John Polidori, por el Continente. El periplo, tras su encuentro con los Shelley, culminaría en el verano de Villa Diodati. Allí, en la hoy legendaria residencia suiza, tendría lugar el duelo de ingenio que vio nacer a dos de los tres mitos del triunvirato rector de la novela y el cine de miedo: la abominación de Frankenstein y el Vampiro. Vaya este fragmento del capítulo que dediqué a aquel estío glorioso en No halagaron opiniones (Un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada) (Huerga y Fierro, Madrid, 2014) a modo de conmemoración de aquellas jornadas:

Antes de que los amantes de la literatura fantástica y de la literatura en general la convirtieran en un inmueble legendario, cierta residencia que todavía se alza en la orilla del Lago Leman más próxima a Ginebra, era conocida por sus vecinos como la casa Cologny. El Diodati del que tomó el nombre con el que habría de pasar a la historia fue un teólogo, Giovanni Diodati, que la mandó construir en una fecha imprecisa. Según algunas fuentes, en 1639, el insigne bendito que fuera su primer propietario alojó en ella al mismísimo John Milton. Aunque los últimos estudiosos de Frankenstein han desmentido este punto argumentado que la mansión fue edificada en 1710, con lo que difícilmente hubiera podido albergar al autor de El paraíso perdido (1671) sesenta y un años antes.

Lo que nadie duda es que Honoré de Balzac la visitó a finales 1833. El francés viajó a ella atraído por la experiencia allí vivida, en el verano de 1816, por una colonia inglesa integrada por lord Byron, Percy Bysshe Shelley, Mary Shelley, John Polidori e incluso Claire Clairmont. Malditos, heterodoxos y alucinados todos ellos en su Inglaterra natal, de la que habían huido espantados, casi doscientos años después se impone la entrada en matices sobre las distintas intensidades y calidades de los estigmas que obraron sobre ellos.

Así, mientras la Historia de la literatura ha brindado a Byron y a los Shelley el privilegiado lugar que se merecen en ella, glorias y laureles que ya comenzaron a disfrutar en vida pese al escándalo que provocaron sus procacidades y licencias en los bienpensantes de sus días. Para nuestro dilecto Polidori el olvido de la posteridad sucedió al desprecio de su tiempo.

Si para los amantes de la literatura en general, Villa Diodati es una fábula por haber servido de telón de fondo al estío más célebre de la poesía romántica, para los de la literatura fantástica en particular lo es por haber acogido el alumbramiento de dos de los grandes mitos del triunvirato que presidirá la literatura de terror de los años venideros: la abominación de Frankenstein y el vampiro. Salvo lo concerniente al licántropo –tercer mito de ese trío rector de la ficción de horror al que nos referimos, cuyo origen se pierde en leyendas y tradiciones seculares-, puede y debe decirse que el género, tal y como se concebirá en los años venideros, tanto por la narrativa como por el cine, nace en aquellas veladas estivales de Villa Diodati.

Ahora bien, mientras la huella de Frankenstein se verá proyectada –y debidamente reconocida por la crítica, hay que insistir- en toda esa serie científicos locos empeñados en la creación de la vida –estirpe que abarca desde el doctor Moreau de Wells hasta el doctor Raymond de Arthur Machen-, la gloria de haber creado el vampiro le será atribuida a Bram Stoker.

En efecto, puestos a buscar los orígenes del no muerto, suelen remontarse a la experiencia de Vlad IV (1431-1476). Héroe nacional rumano, el voivoda de Valaquia fue apodado Tepes –el Empalador- porque en su lucha contra los invasores otomanos ordenó el empalamiento de miles de enemigos. También conocido como Dracul –dragón o diablo en lengua vernácula- aunque fue él quien habría de dar nombre al célebre personaje de Bram Stoker, su crueldad fue una característica en la guerra contra los turcos. De hecho, en todos los países que padecieron el yugo otomano, la sangre vertida por los invasores y por quienes se resistieron a ellos fue pródiga en leyendas de vampiros.

Esos orígenes de Drácula pasan también por Erzsébet Bathory, la condesa sangrienta, la alimaña de Csejthe, en la alta Hungría. Así llamada por los cientos de vírgenes que inmoló para bañarse en su sangre en la quimérica busca de la lozanía que su piel iba perdiendo con la edad. Esta otra bestia de la Vieja Europa -muy el la línea de Sade, por cierto- también suele citarse antes –y con más frecuencia que Polidori- en la genealogía del vampiro.

Si señor, desde sus compañeros en Villa Diodati en aquel verano de 1816, hasta la erudición de ayer, de hoy y de siempre, el desprecio y el olvido –acaso el peor de los desprecios- ha sido el destino que la suerte ha dispensado a la obra Polidori. Hasta Claire Clairmont, la auténtica diletante en el verano suizo, hace de menos a nuestro favorito de aquellos días. No en vano, desde que miss Clairmont supo que Polidori viajaba por Europa junto a Byron, vio en él al rival, que en efecto era, por los amores del poeta.

Hija de un matrimonio anterior de una segunda esposa de William Godwin, el padre de Mary Shelley, Claire no tenía ninguna consanguinidad con la futura autora de Frankenstein o el moderno Prometeo, como pretendió Polidori con sus maledicencias -todo hay que decirlo-, que a la postre también fueron a abundar en cuanto de licencioso se creyó que hubo en tan célebre encuentro literario.

Los Shelley (*), a buen seguro a instancias de Claire Clairmont, arribaron a las orillas de Sécheron, pueblecito que según habría de contar Mary en el capítulo séptimo de Frankenstein se halla a media milla de Ginebra, el tres de mayo de 1816, o el quince de ese mismo mes según otros autores. Tras hospedares el Hotel de Inglaterra durante algo más de un mes, se trasladaron a Cologny, en la orilla opuesta del lago Leman, y arrendaron una residencia conocida como Montalègre. Sólo distaba ocho minutos a pie de Villa Diodati.

Milord y Percy Bysshe Shelley aún no se conocían. Siendo el caso que Claire, pese a que sólo contaba quince años ya estaba embarazada de Byron, necesariamente tuvo que ser ella la que presentó a los dos poetas. Así las cosas, cumple reconocer lo importante que fue la aportación de miss Clairmont al mito de Villa Diodati. Aunque no ha llegado hasta nuestros días el diario que la hermanastra sin consanguinidad de Mary Shelley llevó aquel verano, sí lo han hecho algunos de los billetes y misivas que dirigió a Byron, una vez que éste y Polidori comenzaron su periplo por el continente. “Sé que ahora viajas con un médico. ¿Te cuida bien? ¿Siente afecto por ti?”, le pregunta en una de esas notas conscientes del cariz de los afectos que el doctor siente por milord.

Instalada ya la extraña pareja en Diodati, Claire se ha informado sobre Polidori. Con todo, quizás obnubilada por los celos, confunde al médico con su padre –autor de un diccionario- cuando apunta en una de sus encendidas misivas: “Me gustaría que mandaras a Polidori a escribir otro diccionario o con la dama de la que está enamorado. Ojalá fuera ésta su almohada y se marchara a dormir, porque no puedo ir a verte por la noche y que me vea: es tan extremadamente receloso”.

Los recelos de Polidori, a quien también cabría reivindicar merced a ese cinismo que nos llevará a exaltar más adelante a Maurice Sachs -el francés colaboracionista y difamador de Proust-, quedaron expresos con largueza en una carta publicada en el New Monthly Magazine en 1819, anónima pero casi con toda seguridad debida al médico. Allí se ignora deliberadamente que no hay ningún vínculo de sangre entre Claire y Mary para dar pábulo a ciertas escabrosidades de la colonia inglesa en el lago Leman, que condena el Londres más pacato. Bien pudo ser a raíz de esa misiva, anónima pero a buen seguro obra de Polidori, cuando se empezaron a acuñar las primeras leyendas del verano suizo de los escritores. A este respecto es revelador que, aun sin haber lugar para el “promiscuo intercambio” que sugiere nuestro pérfido y no obstante admirado Polidori, Byron fuera a negarlo.

Y bien es cierto que milord, no obstante la elevación de su ideal romántico, también cayó en las miserias y mezquindades de su médico y amante frustrado cuando dio a entender que el hijo que esperaba miss Clairmont en aquellos días era de Percy Bysshe Shelley. No hay duda de que Claire fue amante de Byron. Pero ¿lo fue también de ambos poetas? Muy probablemente.

 

Tal vez fuera Percy Bysshe Shelley el único que estuvo al margen de las miserias y mezquindades con las que se derribó a Polidori en Diodati. Miserias y mezquindades a las que el derribado, siempre que pudo, contestó con más de lo mismo. De hecho, con esa proverbial animadversión de los escritores hacia sus colegas, o si se prefiere con la ira de los frustrados, Polidori, en un primer momento, arremetió en sus anotaciones contra Percy Bysshe Shelley. Lo hizo antes de que La reina Mab (1813), el poema filosófico de Shelley, le cautivara. Cuando esto ha sucedido, en el fragmento de su diario concerniente al primero de junio, el acólito enamorado -pues eso era al cabo Polidori de Byron - escribe: “Shelley es un ejemplo más de cómo el dinero puede inducir a la familia a encerrarte en un manicomio. Sólo le salvó la honestidad de su médico. Desde niño estaba prometido a su prima, pero apareció otro que tenía más de lo que el podría llegar a tener nunca y ella le abandonó por ateo. Pasó por grandes penurias económicas, y aquel amigo a quien había prestado 2.000 libras, aun conociendo su situación, no le ayudó. La señora Shelley nos recita unos versos de Coleridge sobre Pitt [Percy]; todo me hace pensar que es un verdadero poeta”.

(*)En realidad, los Shelley no se casaron hasta diciembre de 1816, tres semanas después de que se suicidara Harriet Westbrook, primera esposa del poeta. Aunque Mary ya usaba el apellido Shelley para evitar las mismas suspicacias, que su libre unión despertaba en Inglaterra, entre los bienpensantes suizos.

Publicado el 25 de abril de 2016 a las 10:45.

añadir a meneame  añadir a freski  añadir a delicious  añadir a digg  añadir a technorati  añadir a yahoo  compartir en facebook  twittear  votar

Comentarios - 0

No hay comentarios



Tu comentario

NORMAS

  • - Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
  • - Toda alusión personal injuriosa será automáticamente borrada.
  • - No está permitido hacer comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • - Gente Digital no se hace responsable de las opiniones publicadas.
  • - No está permito incluir código HTML.

* Campos obligatorios

Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

Miniatura no disponible

 

Javier Memba en 2009

 

Javier Memba en 1988

 

Javier Memba en 1987

 

1996

 

 

Javier Memba en la librería Shakespeare & Co. de París

 

 

 

 

Imagen

 

 

COMPRAR EN KINDLE:

 

 

 

contador de visitas en mi web



 

 

Enlaces

-La linterna mágica

-Unas palabras sobre Vida en sombras

-Unas palabras sobre La torre de los siete jorobados

-50 años de la Nouvelle Vague en Días de cine

-David Lynch, el onirismo de la modernidad en Radio 3

-Unas palabras sobre Casablanca en Telemadrid

-Unas palabras sobre Tintín en Cuatro TV

 

 

ALGUNOS ARTÍCULOS:

Malditos, heterodoxos y alucinados de la gran pantalla

Nuevos momentos estelares de la humanidad

Chicas yeyés

Chicas de ayer

Prólogo al nº 4 de la revista "Flamme" de la Universidad de Limoges

Destinos literarios

Sobre La naranja mecánica

Mi tributo al gran Chris Marker

El otro Borau

Bohemia del 89

Unos apuntes sobre las distopías

Elogio de Richard Matheson

En memoria de Bernadette Lafont

Homenaje al gran Jean-Pierre Melville

Los amores de Édith

Unos apuntes sobre La reina Margot

Tributo a Yasujiro Ozu con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Muere Henry Miller

Unos apuntes sobre dos cintas actuales

Las legendarias chicas de los Stones

Unos apuntes sobre el "peplum"

El cine soviético del deshielo

El operador que nos devolvió el blanco y negro

Más real que Homeland

El cine de la Gran Guerra

Del porno a la pantalla comercial

Formentera cinema

Edward Hopper en estado puro

El cine de terror de los años 70

Mi tributo a Lauren Bacall

Mi tributo a Jean Renoir

Una entrevista a Lee Child

Una entrevista a William McLivanney 

Novelistas japonesas

Treinta años de Malevaje

Las grandes rediciones del cómic franco-belga

El estigma de La campana del infierno

Una reedición de Dalton Trumbo

75 años de un canto a la esperanza

Un siglo de El nacimiento de una nación

60 años de Semilla de maldad

Sobre las adaptaciones de Vicente Aranda

Regreso al futuro, treinta años después 

La otra cabeza de Murnau

Un tributo a las actrices de mi adolescencia

Cineastas españoles en Francia

El primer surrealista

La traba como materia literaria

La ilustración infantil de los años 70

Una exposición sobre la UFA

La musa de John Ford

Los icebergs de Jorge Fin

Un recorrido por los cineastas/novelistas -y viceversa-

Ettore Scola

Mi tributo a Jacques Rivette

Una película a la altura de la novela en que se basa

Mi tributo a James Cagney en el trigésimo aniversario de su fallecimiento

Recordando a Audrey Hepburn

El rey de los mamporros

Una guía clásica de la ciencia ficción

Musas de grandes canciones

Memorias de la España del tebeo

70 años de la revista Tintín

Ediciones JC regresa a sus orígenes

Seis claves para entender a Hergé

La chica del "Drácula" español

La primera princesa de la lejana galaxia

El primer Tintín coloreado

Paloma Chamorro: el fin de "La edad de oro"

Una entrevista a la fotógrafa Vanessa Winship

Una recuperación del Instituto Murnau

Heroínas de la revolución sexual

Muere George A. Romero

Un mito del cine francés

Semblanza de Basilio Martín Patino

Malevaje en la Gran Vía

Entrevista a Benjamin Black

Un circunloquio sobre la provocación

Una nueva aventura de Yeruldelgger

Una dama del crimen se despide

Recordando a Peggy Cummins

Un tributo a las yeyés francesas

La última reina del Technicolor

Recordando a John Gavin

Las referencias de La forma del agua

El Madrid de 1988

La nueva ola checa

Un apunte sobre Nelson Pereira dos Santos

Una simbiosis perfecta

Un maestro del neorrealismo tardío

El inovidable Yellowstone Kelly

Que Dios bendiga a John Ford

Muere Darío Villalba

Los recuerdos sentimentales de Enrique Herreros

Mi tributo a Harlan Ellison

La inglesa que presidió el cine español

La última rubia de Hitchcock

Unos apuntes sobre Neil Simon

Recordando Musicolandia

Una novelista italiana

Recordando a Scott Wilson

Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

Una conversación entre Läckberg y Silva

El guionista de Dos hombres y un destino

Noir español y hermoso

Noir italiano

Mi tributo al gran Nicholas Roeg

De la Escuela de Barcelona al fantaterror patrio

Recordando a Rosenda Monteros

Unas palabras sobre Andrés Sorel

Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

Un editor veterano

Una entrevista a Wendy Guerra

Continúa el misterio de Leonardo

Los cantos de Maldoror

Un encuentro con Clara Sánchez

Recuerdos de la Feria del Libro

Viajes a la Luna en la ficción

Los pecados de Los cinco

La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

EN TU MAIL

Recibe los blogs de Gente en tu email

Introduce tu correo electrónico:

FeedBurner

Archivo

Grupo de información GENTE · el líder nacional en prensa semanal gratuita según PGD-OJD